Viticultura

Viticultura
Para determinar cuál es el grado de maduración óptimo de las uvas, hacemos controles periódicos en los viñedos. Cada día, unos cuantos granos para probar, observar, analizar.

Hoy hemos hecho controles de cata y madurez de los viñedos de garnacha blanca, en Vilajuïga, de los primeros que maduran y vendimiamos. Vamos repitiendo controles escalonadamente para ir viendo pequeñas variaciones y encontrar el momento óptimo. En este caso las semillas aún no son leñosas, es decir, están verdes. Además, un ligero sabor ácido nos indica que aún falta un poco para que podamos empezar, pero ya estamos cerca. Después de recoger las muestras prensamos los granos, y probamos el mosto. Aquí tendremos más datos sobre la acidez, el azúcar, el gusto. Por si fuera poco, finalmente también analizamos ese mosto. Los datos científicos normalmente acaban corroborando las conclusiones a las que ya habíamos llegado probando, pero nos va bien para hilar fino.

Después de las catas de hoy, todo nos indica que la vendimia está muy cerca. Llegados a este punto, después de todos los esfuerzos y alegrías que nos da la viña, empezar a recoger nos apetece mucho 🙂

El envero debe ser rápido y uniforme. Pasar del color con el que todas las bayas nacen, el verde, a todas las tonalidades de la uva que conocemos es un proceso madurativo clave para la uva. En nuestros viñedos a menudo vemos la evolución lógica teniendo en cuenta altitud y latitud, son pocos metros de diferencia, y las variaciones son sutiles, pero las encontramos y cada año nos sorprenden.

Así, nos hemos entretenido mirar para describiros, en este post, todas las variaciones entre los diferentes terruños, en este cambio efímero de estos días. Los primeros de cambiar de color son los del llano, garnacha blanca y tinta, macabeos y otras uvas que utilizamos para los vinos más jóvenes. Son el origen de la bodega, donde comenzamos y a partir de donde hemos ido aprendiendo lo que sabemos.

Después tenemos los viñedos de montaña de Vilajuïga, enclave granítico, terraprim agreste lleno de plantas aromáticas. Se plantaron entre 1998 y 2002, y buena parte de ellos fueron el proyecto de final de carrera de Anna. Comenzamos a ascender de nuevo a la montaña para reencontrar los terroirs empordaneses auténticos. Son 25 hectáreas completamente ecológicas, de variedades tintas, donde predominan las mediterráneas. Fue también nuestra primera experiencia a la hora de rehacer terrazas, tan importantes para evitar la erosión en nuestro clima de lluvias torrenciales.

Más tarde, le toca el turno a Rabós, viñedos muy viejos, de entre 30 y más de cien años de variedades como cariñenas, garnacha tinta, blanca y roja. Viñas viejas y sabias, plantadas siempre sobre pizarras. Se trata de rendimientos muy bajos, que dan complejidad y potencia. Buscábamos viñedos que nos enseñaran quiénes somos, quiénes éramos, y encontramos estas joyas.

La última finca que envera es la de Mas Marés, viñedos junto al mar, en el Cap de Creus. Son garnachas, picapoll y monastrell ecológicos en un proyecto agroforestal que tiene como objetivo recuperar el mosaico mediterráneo combinando las viñas con alcornoques, pastos y estepas. Aquí encontramos granitos, tramontana y viento de mar, la suma ideal para hacer vinos bien mediterráneos: complejos, intensos y delicados.

Dicen que en la variedad está la riqueza y nosotros añadimos que también el aprendizaje!

Los suelos son uno de los elemento más preciados de una viña, quizás el más importante. La tierra y su riqueza son imprescindibles para tener unas viñas felices que produzcan buenos frutos. Pero no sólo eso. También es en los suelos donde todo comienza, donde se asientan las raíces. Si tenemos unos suelos bien estructurados tendremos más microorganismos y más macrobiota y por tanto más vida. Unos suelos con vida nos ayudarán a hacer un vino mejor. Las cubiertas vegetales o la reconstrucción de los muros de piedra seca son dos de las medidas activas que hemos tomado para este fin. Hoy Día mundial de la conservación de los suelos recordamos que cuidar los suelos nos da muchos beneficios en viticultura, pero sobre todo, son la primera piedra para que la tierra dentro de veinte, treinta, cuarenta años, esté más estructurada, necesite menos agua y nuestro trabajo con ella sea más armónico. En nuestro paisaje mediterráneo, con lluvias torrenciales y sequías intensas, hacer una buena gestión de los suelos es fundamental para que en el futuro la agricultura sea no ya sostenible, sino creadora de riqueza. Desde hace un tiempo son partícipes del proyecto europeo MIDMACC para estudiar los efectos del cambio climático en la viña y cómo podemos adaptarnos a ellos, los resultados esperamos que sean reveladores. Os mantendremos informados!

Desde que sabemos que el cambio climático es casi irreversible y que de hecho el mundo se encuentra en una emergencia climática cuyo alcance todavía no somos del todo conscientes, no dejamos de preguntarnos qué podemos hacer para adaptarnos o amortiguar-lo.

El proyecto de investigación MIDMACC, del programa europeo Europa Life, ya hace más de un año que trabaja en nuestros viñedos para encontrar respuestas a una pregunta que nos hacemos a menudo: estamos haciendo todo lo que podemos para amortiguar el cambio climático? Los viñedos de media montaña, como las que tenemos en Mas Marés, pueden ser una buena herramienta para evitar la erosión y por tanto influir en las consecuencias del cambio climático. Los investigadores han colocado unas pequeñas máquinas en los viñedos para saber cómo se mueve el agua en nuestros viñedos, porque esto nos da pistas sobre la erosión de los suelos. Estos datos nos ayudarán a determinar cuáles son las diferencias, a nivel ambiental, entre trabajar en vaso o en espaldera, por ejemplo.

Recoger datos es una manera muy sutil de abrir una ventana al futuro. Esperamos poder ir explicándoos todos sus frutos.

Cuando la primavera estalla, es un buen momento para reinjerte y ya hacía unos meses que teníamos unos injertos que habíamos conseguido. La historia viene de lejos, de un viñedo de ensueño, porque año tras año el vino que sale es bueno, muy bueno; porque el viñedo lo hemos visitado muchas veces y es precioso. Hacía mucho que estábamos enamorados y finalmente nos decidimos: le pedimos madera al viticultor para reproducirla. Ahora podremos tener un trocito en casa. No podemos estar más felices.

Las cepas que hemos reinjertado eran de merlot, de los viñedos que están más cerca de la bodega. Añadiendo estas variedades locales de viñas viejas creábamos una cepa frankenstein, como diría Miguel Hudin, pero para nosotros son margaritas junto al lago Lemán. Tener viñedos reinjertados con variedades locales se ha convertido en uno de nuestros objetivos principales para conseguir reducir el impacto medioambiental de nuestro trabajo. Desde hace un tiempo que observamos el comportamiento de las plantas ante el cambio climático y hemos constatado que aquellas que mejor se adaptan son las de variedades locales.

Sabemos que estos trabajos de hoy verán el fruto de aquí bastante tiempo. No será hasta dentro de unos años que esta viña nos dará madera para reproducir más viña, y también tendremos que esperar un tiempo para poder hacer vino. Un largo recorrido para conseguir una viticultura sostenible, con cepas que necesitan menos agua y más resistentes a las condiciones climáticas de la zona. Un camino que es un homenaje también al legado de los viticultores y viticultoras que nos han precedido: este encuentro, la viña que nos enamoró hace un tiempo, la madera que nos ha ofrecido el buen viticultor que la ha cuidado tanto tiempo. En conjunto, un regalo para el futuro de nuestro paisaje y de la tradición vitivinícola del Empordà.

Esta semana hemos tenido una tregua de tramontana y por fin hemos podido reanudar la plantación de barbados.

Los barbados son los pies de la cepa, que llevarán al cabo de un tiempo el injerto de la variedad que escogemos. Los portainjertos se plantan y se dejan un año o dos para que se adapten bien a la tierra. Todas las cepas que tenemos son injertados de cepa americana, un pie, por tanto, que no es de variedad local.

Ahora bien, todas las cepas son injertados y de hecho es la única manera que tenemos para que la filoxera no haga enfermar la planta.

Hace unos días os contábamos que una de las tareas que hacemos durante el invierno es arrancar variedades que con el tiempo hemos visto que no se adaptaban y no daban muy buen rendimiento. En los últimos años y gracias al estudio de la biblioteca de variedades de las viñas viejas, hemos redescubierto variedades que vivían entre nosotros, más o menos olvidadas, como la cariñena blanca, la picapoll negra, la picapoll roja o la garnacha roja (lledoner roig).

Dentro uno o dos años, escogeremos una de estas variedades locales y podremos empezar a injertar plantas. Mientrastanto toca esperar e ir siguiendo los ciclos largos de la naturaleza.

Ya hace tiempo que decidido que queríamos trabajar con variedades locales como las garnachas, las cariñenas, el moscatel, la picapolla. Hay varias razones, pero seguramente la más importante es porque son variedades muy adaptadas a nuestros suelos y a nuestro clima y por lo tanto, esto hace que los frutos sea mejores. La planta se puede concentrar a hacerlos lo mejor que sabe en lugar de combatir inclemencias sobrevenidas, como la tramontana. Estos viñedos de variedades locales necesitan menos agua y tienen periodos de brotación y madurez totalmente adaptados a nuestro clima. Definitivamente son más sostenibles!

También lo hacemos por el legado, la tradición y todo lo que nos han enseñado los que estuvieron antes que nosotros. El carácter único de estas variedades hará también que tengamos los vinos que deseamos, profundamente ampurdaneses. Las variedades propias se adaptan a la tramontana, necesitan menos agua y tienen periodos de brotación y madurez adaptados a nuestro clima.

De vez en cuando toca arrancar viñedos, porque hace más de treinta años plantamos otras variedades venidas de fuera. En ese momento se llamaban “mejorantes” porque se creía que podían ayudar a beneficiar el terruño. Ahora sabemos más y nos han ayudado sobre todo a mejorar en nuestro trabajo, hemos aprendido mucho de ellas y les agradecemos todo este aprendizaje. Las que tenemos todavía las vamos arrancando paulatinamente cada año, algunas las reinjertamos con variedades locales como garnachas, cariñenas de todos colores, picapolla, moscateles y malvasías.

Los viticultores, como todos los campesinos, vivimos en una incertidumbre permanente. Este año esta gimnasia de generaciones nos ha permitido asumir una añada difícil con amor y aprovechar para conectar con la tierra como nunca.

Ya teníamos claro que deseábamos que los viñedos y el entorno que las rodea, los parques naturales del Cap de Creus, de la Albera y un poco más lejos los Aiguamolls del Empordà fueran uno. Que la vida cultivada y la asilvestrada fueran sinérgicas y que se protegieran la una a la otra. Es una idea que no sale de un día para otro y que es el trabajo de años, en este caso una veintena. Este año ha coincidido con la certificación ecológica de todos los viñedos y, aunque sólo es un hito del camino que estamos haciendo, es bastante significativo.

Esta añada que hace pocos días que terminamos de cosechar comenzó, hace un año, en otoño con lluvias torrenciales que nos asustaron por la virulencia. La decisión fue priorizar la contención de la erosión como primera razón de cualquier toma de decisiones en viticultura. La tierra, los suelos, son la base de toda la vida, y hay que preservarlos.

En invierno el Gloria, aunque no nos afectó mucho, reafirmó todos los pensamientos de otoño y nos volvió a recordar que el clima está cambiando y que no queremos ser cómplices de ello.

Y cuando la primavera empezaba a asomar, llega la COVID-19. Entonces fue el momento de poner en práctica todos los aprendizajes sobre la incertidumbre que habíamos aprendido nosotros y también los de las generaciones que nos preceden (gracias abuela Quimeta!). El gran reto era que nadie se quedara sin trabajo y que, a pesar de no saber qué pasaría, la cosecha saliera adelante. El equipo cerró filas.

Y entonces LA LLUVIA. Lluvia y más lluvia y más lluvia y más lluvia. Hay que vigilar lo que se desea. Los viñedos nunca habían sido tan verdes ni habían estado tan llenos de vida. Tuvimos tiempo para observarlos de otro modo: con mucha más calma y con la sensación de que pisarlos nos cura el alma y hace alejar los miedos. La viña es agradecida y sabe que la cuidamos como nunca y nos da frutos a pesar de las dificultades y el mildiu. Nosotros, contentas y agradecidas.

En mayo quince días de sequía hicieron cambiar el paisaje. Y cuando ya llegaba el verano pensamos que la sequía era importante. El vigor de los viñedos se detuvo de golpe y el paisaje vitícola que había sido verde hasta entonces se volvió pardo. Finalmente los hongos se detuvieron y pudimos respirar un poco tranquilas.


Finalmente la vendimia, una de aquellas que recordaremos: llena de sustos que no nos han llevado a ninguna parte. Compulsión a la hora de mirar los radares meteorológicos que señalaban granizadas o tempordales que se acercaban pero que no nos han llegado a tocar nunca. Gracias. El jabalí no nos ha respetado tanto y hemos tenido que vendimiar alguna viña antes de tiempo, para llegar antes que ellos. La sensación de impotencia es terrible. Ha costado mucho llegar hasta aquí para que en pocos días desaparezcan las uvas de viñedos enteros. Decidimos cerrar viñedos y nos concentramos de nuevo.

La añada ha sido una carrera de obstáculos sin fin. Sin embargo la vendimia ha sido tranquila. La bodega se ha ido llenando poco a poco cada día. Ahora la lentitud de la viña se transmite a las tinas. Separamos parcelas y parcelita y nos lo agradecen mostrándonos el carácter de cada una. Hemos aprendido que la lentitud en el hacer, en el pensar, nos ayuda a ser más conscientes y a entender mejor el oficio y la tierra que nos acoge. Y así encaramos otoño, mirando la añada que ya raposa.

Anna Espelt Delclós

Es agosto, ya sentimos el final del verano y, aún así, todavía quedan unas cuantas emociones por destapar. Ha sido un año complicado, ya lo sabemos todos, la Covid-19 nos ha dado la vuelta al mundo, y la emergencia climática se va haciendo más presente año tras año: este 2020 con el Glòria, las altas temperaturas y la lluvia que parecía que nunca se acabara. De vez en cuando, recibimos una buena noticia, como las excelentes puntuaciones de la Guía Peñín 2021 y la estrenada certificación eco en todos los vinos Espelt a partir de esta vendimia, metas que nos ayudan a seguir con fuerza.

Llega la vendimia y será diferente, seguro. Primero porque hemos tomado unas medidas de distancia y control de la cosecha inauditas y que son un paso necesario para cuidarnos a nosotros y también a las personas que nos rodean. Segundo porque la cosecha estará muy marcada por la climatología y también por las dificultades asociadas a tanta lluvia y tanta inactividad de caza en la comarca. Los hongos y los depredadores de uvas, como el jabalí, campan alegremente por los viñedos y podríamos llegar a decir que son auténticas plagas. Sufrir es una constante en la vida del campesino y a veces nos da la impresión de que sólo nos queda confiar en que todo lo que hemos hecho durante el año tenga sus frutos.

Sin embargo, tenemos fuerza renovada cada vez que vemos que año tras año los indicadores de biodiversidad de los viñedos mejoran, y que la tierra y los suelos, el legado más preciado, que cuidamos día a día, aguantan levantadas, torrenteras y todo lo que el clima les ponga por delante. Hacer vino respetando el territorio tiene una recompensa muy alta para el planeta, y en ocasiones también un reconocimiento más mundano —pero del que nos sentimos muy orgullosos— como la certificación ecológica que lucirán todos los vinos Espelt a partir de esta vendimia después de muchos años de trabajo en eco y de mejorar los procesos.

Corría el año 2000 cuando Didier Soto de Mas Estela le dijo a Anna Espelt: “En l’Empordà deberíamos hacer todas variedades locales y eco”. Decirlo entonces era revolucionario, hacerlo parecía imposible. Pero Anna, entonces una recién licenciada en Biología y con una fuerte vinculación en el asociacionismo en defensa del patrimonio natural de la comarca, encontró que aquella frase tenía todo el sentido y que éste debía ser sí o sí el camino de los vinos Espelt. Años después, Anna decidió pasar una parte de los viñedos a viticultura ecológica, era 2003 y el inicio de un camino que después de muchos aprendizajes nos ha llevado a donde estamos ahora. Nuestro trabajo se centra en un cuidado preventivo de las cepas: trabajar los suelos, y utilizar compost y tratamientos, cuando no hay más remedio, con productos permitidos en la viticultura eco, como cobre y cola de caballo. Hemos superado un año muy complicado con estas herramientas y debe celebrarse.

Trabajar en ecológico es para nosotros la única manera de mantener los suelos vivos y también de entender el terruño que se nutre de todo lo que le rodea, buscando la sinergia de los cuatro elementos: el suelo, la planta, el clima y quién lo cultiva. Esta nueva etapa que ahora iniciamos reafirma y reconoce nuestra voluntad de formar parte del paisaje y de los ecosistemas. Porque a veces no es suficiente con amar la tierra, también hay que dar pasos valientes para cambiar la forma en que se han hecho las cosas hasta ahora. Cuando llegan estos días que vivimos aún pegados al radar del meteocat temiendo el granizo, sólo pensamos en todo el trabajo que hemos hecho y del que estamos muy orgullosos. Disfrutemos pues y brindemos por esta vendimia que apenas comienza. ¡Salud!

Si algo aprendemos de escuchar y observar la tierra es que todo cambia y que nada permanece de una misma manera, sino que el tiempo lo muda todo y nos transforma también a nosotros. Estar ligados a los ciclos de la naturaleza es uno de los aprendizajes más valiosos que nos ha dado dedicarnos a la viticultura.

Estos días la uva ha comenzado a enverar. Enverar es cuando la uva comienza a tomar el color que tiene cuando es madura. Es uno de los cambios más bonitos de la vid. La palabra verolar en catalán es en sí un ejemplo también del cambio inherente a todo lo que nos rodea, viene de ver una variante (justamente) en catalán popular antiguo del adjetivo vari/vàriaVer pronto desapareció de la lengua para que se confundía con ver con el significado de ‘verdad’, pero quedó en esta palabra: verolar.

El cambio de color en realidad se da en todo el paisaje que ahora se vuelve marronoso porque el estrés hídrico que tenemos en el Mediterráneo se va haciendo patente, a pesar de ser un año muy verde. Ya hemos sacado las cubiertas vegetales en la mayoría de lugares para que no haya competencia y este estrés hídrico sea justo. Ahora es el momento en que nos damos cuenta de que todos los esfuerzos, temores y sueños del invierno empiezan a tomar forma y color. Se acerca la vendimia de verdad. Las puntas de las torias han dejado de crecer, la planta deja de ser expansiva para concentrarse en sí misma y dar la mejor uva posible. La uva cambia de color, sí, pero dentro de la planta hay un cambio total en su funcionamiento: comienza a acumular azúcares, aromas, colores, taninos. Las bayas se empiezan a hacer blandas, pasan de la dureza a cambiar de textura y hacerse más carnosas.

Así es el final de julio, no queda nada más que hacer, sólo esperar. Dejar que el verano pase, tener paciencia y observar como las moras maduran cerca de los viñedos, sentir los grillos, los insectos de verano y los olores que han cambiado totalmente de aroma respecto a los que había en la primavera. Nada más, sólo la dulce espera para la vendimia.

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