Viticultura

Viticultura

Esta semana hemos tenido una tregua de tramontana y por fin hemos podido reanudar la plantación de barbados.

Los barbados son los pies de la cepa, que llevarán al cabo de un tiempo el injerto de la variedad que escogemos. Los portainjertos se plantan y se dejan un año o dos para que se adapten bien a la tierra. Todas las cepas que tenemos son injertados de cepa americana, un pie, por tanto, que no es de variedad local.

Ahora bien, todas las cepas son injertados y de hecho es la única manera que tenemos para que la filoxera no haga enfermar la planta.

Hace unos días os contábamos que una de las tareas que hacemos durante el invierno es arrancar variedades que con el tiempo hemos visto que no se adaptaban y no daban muy buen rendimiento. En los últimos años y gracias al estudio de la biblioteca de variedades de las viñas viejas, hemos redescubierto variedades que vivían entre nosotros, más o menos olvidadas, como la cariñena blanca, la picapoll negra, la picapoll roja o la garnacha roja (lledoner roig).

Dentro uno o dos años, escogeremos una de estas variedades locales y podremos empezar a injertar plantas. Mientrastanto toca esperar e ir siguiendo los ciclos largos de la naturaleza.

Ya hace tiempo que decidido que queríamos trabajar con variedades locales como las garnachas, las cariñenas, el moscatel, la picapolla. Hay varias razones, pero seguramente la más importante es porque son variedades muy adaptadas a nuestros suelos y a nuestro clima y por lo tanto, esto hace que los frutos sea mejores. La planta se puede concentrar a hacerlos lo mejor que sabe en lugar de combatir inclemencias sobrevenidas, como la tramontana. Estos viñedos de variedades locales necesitan menos agua y tienen periodos de brotación y madurez totalmente adaptados a nuestro clima. Definitivamente son más sostenibles!

También lo hacemos por el legado, la tradición y todo lo que nos han enseñado los que estuvieron antes que nosotros. El carácter único de estas variedades hará también que tengamos los vinos que deseamos, profundamente ampurdaneses. Las variedades propias se adaptan a la tramontana, necesitan menos agua y tienen periodos de brotación y madurez adaptados a nuestro clima.

De vez en cuando toca arrancar viñedos, porque hace más de treinta años plantamos otras variedades venidas de fuera. En ese momento se llamaban “mejorantes” porque se creía que podían ayudar a beneficiar el terruño. Ahora sabemos más y nos han ayudado sobre todo a mejorar en nuestro trabajo, hemos aprendido mucho de ellas y les agradecemos todo este aprendizaje. Las que tenemos todavía las vamos arrancando paulatinamente cada año, algunas las reinjertamos con variedades locales como garnachas, cariñenas de todos colores, picapolla, moscateles y malvasías.

Los viticultores, como todos los campesinos, vivimos en una incertidumbre permanente. Este año esta gimnasia de generaciones nos ha permitido asumir una añada difícil con amor y aprovechar para conectar con la tierra como nunca.

Ya teníamos claro que deseábamos que los viñedos y el entorno que las rodea, los parques naturales del Cap de Creus, de la Albera y un poco más lejos los Aiguamolls del Empordà fueran uno. Que la vida cultivada y la asilvestrada fueran sinérgicas y que se protegieran la una a la otra. Es una idea que no sale de un día para otro y que es el trabajo de años, en este caso una veintena. Este año ha coincidido con la certificación ecológica de todos los viñedos y, aunque sólo es un hito del camino que estamos haciendo, es bastante significativo.

Esta añada que hace pocos días que terminamos de cosechar comenzó, hace un año, en otoño con lluvias torrenciales que nos asustaron por la virulencia. La decisión fue priorizar la contención de la erosión como primera razón de cualquier toma de decisiones en viticultura. La tierra, los suelos, son la base de toda la vida, y hay que preservarlos.

En invierno el Gloria, aunque no nos afectó mucho, reafirmó todos los pensamientos de otoño y nos volvió a recordar que el clima está cambiando y que no queremos ser cómplices de ello.

Y cuando la primavera empezaba a asomar, llega la COVID-19. Entonces fue el momento de poner en práctica todos los aprendizajes sobre la incertidumbre que habíamos aprendido nosotros y también los de las generaciones que nos preceden (gracias abuela Quimeta!). El gran reto era que nadie se quedara sin trabajo y que, a pesar de no saber qué pasaría, la cosecha saliera adelante. El equipo cerró filas.

Y entonces LA LLUVIA. Lluvia y más lluvia y más lluvia y más lluvia. Hay que vigilar lo que se desea. Los viñedos nunca habían sido tan verdes ni habían estado tan llenos de vida. Tuvimos tiempo para observarlos de otro modo: con mucha más calma y con la sensación de que pisarlos nos cura el alma y hace alejar los miedos. La viña es agradecida y sabe que la cuidamos como nunca y nos da frutos a pesar de las dificultades y el mildiu. Nosotros, contentas y agradecidas.

En mayo quince días de sequía hicieron cambiar el paisaje. Y cuando ya llegaba el verano pensamos que la sequía era importante. El vigor de los viñedos se detuvo de golpe y el paisaje vitícola que había sido verde hasta entonces se volvió pardo. Finalmente los hongos se detuvieron y pudimos respirar un poco tranquilas.


Finalmente la vendimia, una de aquellas que recordaremos: llena de sustos que no nos han llevado a ninguna parte. Compulsión a la hora de mirar los radares meteorológicos que señalaban granizadas o tempordales que se acercaban pero que no nos han llegado a tocar nunca. Gracias. El jabalí no nos ha respetado tanto y hemos tenido que vendimiar alguna viña antes de tiempo, para llegar antes que ellos. La sensación de impotencia es terrible. Ha costado mucho llegar hasta aquí para que en pocos días desaparezcan las uvas de viñedos enteros. Decidimos cerrar viñedos y nos concentramos de nuevo.

La añada ha sido una carrera de obstáculos sin fin. Sin embargo la vendimia ha sido tranquila. La bodega se ha ido llenando poco a poco cada día. Ahora la lentitud de la viña se transmite a las tinas. Separamos parcelas y parcelita y nos lo agradecen mostrándonos el carácter de cada una. Hemos aprendido que la lentitud en el hacer, en el pensar, nos ayuda a ser más conscientes y a entender mejor el oficio y la tierra que nos acoge. Y así encaramos otoño, mirando la añada que ya raposa.

Anna Espelt Delclós

Es agosto, ya sentimos el final del verano y, aún así, todavía quedan unas cuantas emociones por destapar. Ha sido un año complicado, ya lo sabemos todos, la Covid-19 nos ha dado la vuelta al mundo, y la emergencia climática se va haciendo más presente año tras año: este 2020 con el Glòria, las altas temperaturas y la lluvia que parecía que nunca se acabara. De vez en cuando, recibimos una buena noticia, como las excelentes puntuaciones de la Guía Peñín 2021 y la estrenada certificación eco en todos los vinos Espelt a partir de esta vendimia, metas que nos ayudan a seguir con fuerza.

Llega la vendimia y será diferente, seguro. Primero porque hemos tomado unas medidas de distancia y control de la cosecha inauditas y que son un paso necesario para cuidarnos a nosotros y también a las personas que nos rodean. Segundo porque la cosecha estará muy marcada por la climatología y también por las dificultades asociadas a tanta lluvia y tanta inactividad de caza en la comarca. Los hongos y los depredadores de uvas, como el jabalí, campan alegremente por los viñedos y podríamos llegar a decir que son auténticas plagas. Sufrir es una constante en la vida del campesino y a veces nos da la impresión de que sólo nos queda confiar en que todo lo que hemos hecho durante el año tenga sus frutos.

Sin embargo, tenemos fuerza renovada cada vez que vemos que año tras año los indicadores de biodiversidad de los viñedos mejoran, y que la tierra y los suelos, el legado más preciado, que cuidamos día a día, aguantan levantadas, torrenteras y todo lo que el clima les ponga por delante. Hacer vino respetando el territorio tiene una recompensa muy alta para el planeta, y en ocasiones también un reconocimiento más mundano —pero del que nos sentimos muy orgullosos— como la certificación ecológica que lucirán todos los vinos Espelt a partir de esta vendimia después de muchos años de trabajo en eco y de mejorar los procesos.

Corría el año 2000 cuando Didier Soto de Mas Estela le dijo a Anna Espelt: “En l’Empordà deberíamos hacer todas variedades locales y eco”. Decirlo entonces era revolucionario, hacerlo parecía imposible. Pero Anna, entonces una recién licenciada en Biología y con una fuerte vinculación en el asociacionismo en defensa del patrimonio natural de la comarca, encontró que aquella frase tenía todo el sentido y que éste debía ser sí o sí el camino de los vinos Espelt. Años después, Anna decidió pasar una parte de los viñedos a viticultura ecológica, era 2003 y el inicio de un camino que después de muchos aprendizajes nos ha llevado a donde estamos ahora. Nuestro trabajo se centra en un cuidado preventivo de las cepas: trabajar los suelos, y utilizar compost y tratamientos, cuando no hay más remedio, con productos permitidos en la viticultura eco, como cobre y cola de caballo. Hemos superado un año muy complicado con estas herramientas y debe celebrarse.

Trabajar en ecológico es para nosotros la única manera de mantener los suelos vivos y también de entender el terruño que se nutre de todo lo que le rodea, buscando la sinergia de los cuatro elementos: el suelo, la planta, el clima y quién lo cultiva. Esta nueva etapa que ahora iniciamos reafirma y reconoce nuestra voluntad de formar parte del paisaje y de los ecosistemas. Porque a veces no es suficiente con amar la tierra, también hay que dar pasos valientes para cambiar la forma en que se han hecho las cosas hasta ahora. Cuando llegan estos días que vivimos aún pegados al radar del meteocat temiendo el granizo, sólo pensamos en todo el trabajo que hemos hecho y del que estamos muy orgullosos. Disfrutemos pues y brindemos por esta vendimia que apenas comienza. ¡Salud!

Si algo aprendemos de escuchar y observar la tierra es que todo cambia y que nada permanece de una misma manera, sino que el tiempo lo muda todo y nos transforma también a nosotros. Estar ligados a los ciclos de la naturaleza es uno de los aprendizajes más valiosos que nos ha dado dedicarnos a la viticultura.

Estos días la uva ha comenzado a enverar. Enverar es cuando la uva comienza a tomar el color que tiene cuando es madura. Es uno de los cambios más bonitos de la vid. La palabra verolar en catalán es en sí un ejemplo también del cambio inherente a todo lo que nos rodea, viene de ver una variante (justamente) en catalán popular antiguo del adjetivo vari/vàriaVer pronto desapareció de la lengua para que se confundía con ver con el significado de ‘verdad’, pero quedó en esta palabra: verolar.

El cambio de color en realidad se da en todo el paisaje que ahora se vuelve marronoso porque el estrés hídrico que tenemos en el Mediterráneo se va haciendo patente, a pesar de ser un año muy verde. Ya hemos sacado las cubiertas vegetales en la mayoría de lugares para que no haya competencia y este estrés hídrico sea justo. Ahora es el momento en que nos damos cuenta de que todos los esfuerzos, temores y sueños del invierno empiezan a tomar forma y color. Se acerca la vendimia de verdad. Las puntas de las torias han dejado de crecer, la planta deja de ser expansiva para concentrarse en sí misma y dar la mejor uva posible. La uva cambia de color, sí, pero dentro de la planta hay un cambio total en su funcionamiento: comienza a acumular azúcares, aromas, colores, taninos. Las bayas se empiezan a hacer blandas, pasan de la dureza a cambiar de textura y hacerse más carnosas.

Así es el final de julio, no queda nada más que hacer, sólo esperar. Dejar que el verano pase, tener paciencia y observar como las moras maduran cerca de los viñedos, sentir los grillos, los insectos de verano y los olores que han cambiado totalmente de aroma respecto a los que había en la primavera. Nada más, sólo la dulce espera para la vendimia.

Nos gusta vivir aquí, en el Empordà, y cuidar su paisaje, amar la tierra y poder sacar un vino que sea su expresión. Nuestro trabajo tiene sentido cuando actuamos con la máxima conciencia de la fragilidad de lo que tenemos entre manos. Tener cuidado de cada uno de los pasos en la elaboración del vino, sin perder de vista nunca el legado de la naturaleza, es una condición sine qua non para sentir que hacemos bien nuestro trabajo. Por ello, nos hace muy felices poder anunciar un acuerdo sobre custodia agraria con la IAEDEN, entidad que trabaja para preservar lo más valioso que tenemos, cara a cara con las raíces, los arbustos, los animales, las plantas y para toda la biodiversidad que reina dentro y alrededor de los viñedos

Siempre hemos tenido claro que hacer vino ecológico era sólo la punta del iceberg (que se va fundiendo cada día que pasa). Nada tiene sentido si miramos lo que hacemos en compartimentos estancos. La naturaleza no lo es y los lugares donde habitamos y trabajamos tampoco. Tener los viñedos entre tres parajes de interés natural, dos de ellos parques naturales, nos hace ser más conscientes y exigentes con todo lo que hacemos. Muchas veces sentimos que no es suficiente, pero hoy este paso que anunciamos nos hace felices, porque pone nombre a las prácticas que ya hacemos: tener un rebaño de vacas que pastan en invierno y comen masa forestal sobrante al mismo tiempo que abonan el terreno; las colmenas de abejas en Mas Marés que polinizan alrededor; paredes de piedra seca que recuperamos año tras año porque es cultura, paisaje, pero también porque son un lugar precioso para que animales de todo tipo vivan y críen; cubiertas vegetales para minimizar el riesgo de erosión de los suelos y arraigar nutrientes y cepas felices. Porque la tierra, si se escucha y se cuida acompañándola, nos responde siempre con los mejores frutos. Ella es biodiversa, nosotros recogemos su felicidad. Hacer un acuerdo de custodia agraria con la IAEDEN era un paso más de compromiso con unas prácticas que ya hacía tiempo que llevábamos a cabo.

A partir de este mes de junio somos partners de este proyecto que vela para que toda nuestra actividad agrícola sea lo más respetuosa posible con la biodiversidad del territorio donde se desarrolla. Sabemos que la conservación de las actividades agrarias, ambientalmente sostenibles y de proximidad son el mejor garante para conservar nuestro paisaje ampurdanés y su riqueza biodiversa. Hacerlo posible día a día es nuestra esencia. Este acuerdo, es un paso más en el compromiso de ayuda mutua entre productores y conservadores. Seguiremos preservando el mosaico mediterráneo en el Cap de Creus y en la Sierra de la Albera, utilizando los métodos más respetuosos con el medio que disponemos. Contamos con unos buenos compañeros de viaje, IAEDEN entidad dedicada a la conservación y protección del territorio del Alt Empordà desde hace más de cuarenta años, nos seguirá asesorando y colaborando para dar a conocer esta tierra magnífica que nos da unos frutos maravillosos.

Estos días estamos trabajando en un viñedo joven, replantado hace poco tiempo. Hacer vino es un aprendizaje constante.

Hace unos años que decidimos que nuestro objetivo, aparte de hacer el mejor vino posible, era también hacer vino cuidando el territorio, siendo muy conscientes de los suelos y el clima que tenemos en el Empordà. Replantar es una buena manera de poder dar una nueva oportunidad a la viña para reinventarse y también a nosotros para rectificar errores. La viña se replanta cuando no acaba de dar los frutos que querríamos, ni en cantidad ni en calidad.

En esta parcela teníamos plantada una variedad foránea que no había hecho su ciclo: le había costado bastante adaptarse y no había dado muy buenos resultados. Hace dos años, teniendo muy presente el cambio climático y cómo podíamos hacerle frente, plantamos lledoner blanc (garnacha blanca). Se trata de una variedad local que sabemos que da buenos frutos con poca agua, es decir, que puede aguantar unas condiciones climáticas que tenemos aquí de mucho viento, lluvias fuertes y veranos calurosos. Replantar en este caso ha sido también una medida de ahorro de recursos naturales, sobre todo agua, y por tanto un refuerzo de la sostenibilidad y el equilibrio biológico de nuestros viñedos. Tener viñedos felices y adaptados es la mejor manera de hacer vino con menos intervención humana en la viña y con menos intervención en la bodega. Ver esta viña joven nos da ánimos para seguir adelante.

Un viñedo es joven hasta que tiene entre 5 y 10 años. Tres años, como tiene esta, es muy poco tiempo en los ciclos de la naturaleza, y aunque necesitaremos unos años más para que estas cepas hagan uva. Saber esperar es algo que hemos aprendido de hacer vino: naturaleza, frutos y deseo a veces no van juntos y se debe confiar en que todo irá bien. Esta es de garnacha y, como decíamos, este año aún no podremos cosechar uva, pero los cuidados que tenemos que hacer son igual de importantes que en las otras viñas. Durante todos estos años que no sacaremos uva para hacer vino es muy importante que la cepa se arraigue bien. El arraigo, la formación y la capacidad de hacer reservas de agua es clave para que en el futuro la planta dé frutos de buena calidad.

El primer año queremos que se hagan buenas raíces, se poda a dos ojos y abajo del todo. Nos podría parecer que esto es mortal para la planta, pero debajo la tierra las raíces ya se están formando, y por tanto ayudamos que aún sean más fuertes. En el segundo año, en el caso de viñedos en espaldera como éstas, se deja un brote que suba hasta el alambre y se sacan las uvas, porque la cepa concentre toda la energía a hacer raíces y reservas para el futuro. En esta viña, que ya tiene tres años, hemos formado brazos, es decir, separado los brotes en dos brazos y los hemos ligado a lado y lado. Es la manera que tenemos de hacer que la planta coja fuerza y ​​al mismo tiempo pueda encontrarse cómoda, tranquila y dar frutos.

Tendremos que esperar el próximo año para empezar a recoger los frutos y seguramente un año más para poder sacar vino que probaremos al año siguiente. Seguro habrá valido la pena la espera.

Lledoner roig, garnacha roja, garnacha gris. Diferentes palabras para nombrar el mismo tipo de uva. Una variedad local ampurdanesa que queremos recuperar para hacer vinos que reflejen nuestro terruño.

lledoner roig variedad
Uvas de lledoner roig, variedad local ampurdanesa

Hablemos del lledoner roig: la uva. Se trata de una variedad exótica porque no son ni blancos ni tintos sino rosados. Unas uvas de la familia de la garnacha que completan su trilogía: garnacha tinta, garnacha blanca y garnacha roja. Lledoner negro, lledoner blanco, lledoner rojo, lo llamamos en el Empordà. Garnacha gris lo llaman los vecinos de Banyuls. Unas uvas raras, porque es difícil encontrar un viñedo entero, ya menudo están mezcladas entre otras variedades.

Una variedad más vigorosa que la cariñena, a la que a menudo acompaña. Muy resistente a la tramontana y la sequía, nos da los mejores frutos -más rosados que grises- cuando madura bien. Esto suele ocurrir cuando se encuentra en terrenos pobres. También es necesario que sean cepas típicas del Empordà, menos vigorosas que las que vinieron de Francia a partir de los años 60.

Nos hemos propuesto recuperar esta variedad única para hacer vinos excepcionales. ¿Ya ha probado nuestro Lledoner Roig, monovarietal hecho 100% de esta uva excepcional?

Hablemos del Lledoner Roig: el vino. Porque lledoner roig, la uva, siempre ha habido en el Empordà. El Lledoner Roig es el primer vino Espelt 100% Garnacha gris

Lledoner Roig Espelt
Lledoner Roig

Ya cuando empezamos a trabajar con las viñas viejas de Rabós encontramos cepas con uvas rosadas mezcladas con la cariñena. Al principio nos desconcertaba un poco, y con ellas hacíamos lo que siempre habíamos hecho, garnacha dulce. Y aunque la garnacha nos gusta mucho, a parte que representa nuestras raíces, intuíamos que podíamos sacar algo más.

Veíamos estas uvas con una personalidad exultante, llenas de aromas y de cuerpo, versátiles y al mismo tiempo delicadas. Nos sabíamos afortunados, teníamos entre las manos una pequeña joya y sólo el hecho de tener que pasear por las parcelas para encontrar cada cepa, como si fuera un pequeño tesoro, ya la hacía más valuosa. Sabíamos también que el lledoner es completamente ampurdanés: imprevisible, delicado y a la vez muy resistente, lleno de aromas nada convencionales, con buenos fenoles.

Una prueba detrás de otra. Cada vendimia probábamos cosas nuevas. Los vinos nos salían llenos de carácter, un poco rústicos y asalvajados. Cuando empezamos a conocernos mejor, lo añadimos al coupage del Quinze Roures. Ahora, finalmente, nos hemos atrevido a hacer un vino dónde el lledoner roig es el único protagonista.

Ha salido un vino blanco y nunca dirías que sale de uvas tintas. Tiene aromas de manzanilla, de miel de azahar y piedra. La madera sólo se intuye porque hemos utilizado barricas grandes de tres años para que lo acompañe y no lo enmascare. La boca nos recuerda la de un buen lledoner blanc (garnacha blanca), aunque mantiene la acidez que encontraríamos en climas más fríos.

¿Quieres saber más sobre esta variedad local única que hemos recuperado? Aquí te lo contamos todo sobre el lledoner roig, la uva.

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